jueves, 18 de abril de 2013

Es momento para una café... Y una cita.



“Cuando la inercia sustituye al primer motor (o, como quizás habría que decir mejor: cuando lo desaloja), la potencia queda abandonada a sí misma, convertida en un movimiento sin fin (es decir, puramente mecánico), en un apetito insaciable que sólo se alimenta de sí mismo, en un deseo que ya no es anhelo de un objeto sino dinámica ilimitada y vacía que ningún objeto puede satisfacer (y que avanza de frustración en frustración hasta ocupar el mundo, siempre con la experiencia de una “próxima vez” perpetuamente desplazada, al no tener fin final alguno con respecto al cual considerarse exitosa o fracasada). Este reinado de la potencia y de la inactualidad sería el reinado de la indeterminación, de la materia amorfa que el intercambio generalizado torna universalmente equivalente y la tecnología hipertrofiada convierte en cuerpo infinitamente moldeable, domesticable y manipulable a voluntad, pero a una voluntad que no sería ya sino voluntad de voluntad, que inhibe toda actualidad y toda acción, que conseguiría que el amor se trocase en autoconsumo animal y violento. Sin un dios inmóvil que señale un fin al movimiento y un límite a la potencia, la actualidad pierde su primado y la realidad toda se convierte en realidad potencial o virtual […].”
José Luís Pardo, "Las desventuras de la potencia", en LOGOS. Anales del Seminario de Metafísica, Vol.35, 2002.

La ontoteología neoliberal

El neoliberalismo sitúa al mercado en el vórtice mismo de la existencia, con ello se da una identificación de mercado y vida. Dejando atrás su papel como lugar como jurisdicción, con el liberalismo el mercado salta a ser un lugar de veridicción, y con el neoliberalismo se da un paso más, pues el mercado es verdad. Verdad en el sentido de que el mercado se concibe de una manera ontoteológica, pues es la única substancia a la que se dota de existencia y, en una suerte de inmanentismo, siendo lo demás un simple modo de ser de la misma, un efecto de superficie e incluso una ficción. Según esta ontoteología neoliberal, se sitúa al mercado en el centro como si de un motor permanentemente móvil se tratase, substancia única y deificada, nunca orientada al acto. Como resultado, en la sociedad mercantilizada que es fruto del capitalismo neoliberal, se da –en casi todos los aspectos– un primado de la potencia sobre el acto, quedando éste reducido a ser un epifenómeno casi ficticio. Siguiendo este planteamiento, si el sujeto propio del neoliberalismo no es tal sujeto, sino que es el resultado de un proceso de fabricación de subjetividad, los hombres sólo se pueden concebir como simples modos de ser del mercado, como elementos derivados, sin entidad cuyo fin es reproducir la dinámica del mismo –alimentar y consumir el mercado. 

Muy lejos de ser un espacio de venta, compra y distribución de productos, bienes y servicios, el mercado se ha convertido en una substancia caracterizada, ya no sólo por ser en sí, concebirse por sí y concebir al resto del mundo, pero además de ésto, está dotado de una infinita versatilidad, de un constante movimiento. El mercado es potencia pura –casi pura– en el que las subjetividades fabricadas deben producir y reproducir este movimiento con el fin de adaptarse a sus necesidades, siendo tan versátiles –tan poco sujetos– como se demande, pues los hombres concurren en una sociedad mercantilizada como si fueran un bien o servicio.


Si el mercado es la única substancia posible, sujeto y libertad sólo pueden ser explicados por la existencia del mercado. Por lo tanto, en el neoliberalismo, individuo y libertad carecen de entidad propia, y el sujeto no sería más que la encarnación en un cuerpo de ese modelo teórico, el homo œconomicus, un sujeto producido y pasivo, un mero cuerpo sin forma, en definitiva, algo muy distinto a lo que un hombre es. Y otro tanto sucede con la libertad, privada de su estatuto de condición y relegada a ser el reflejo de la conducta económica y de las necesidades satisfechas. El homo œconomicus en nada se corresponde con el sujeto, pues en un mundo donde todo es epifenoménico y derivado de esa gran substancia que es el mercado, no pueden existir ni sujetos, ni mucho menos libertad. En su lugar, lo único que se da es materia descualificada, privada de toda forma, capaz de adoptar, según sea el caso, según las demandas del mercado, la apariencia de consumidor o ciudadano. 

... ¿?






El homo œconomicus y la razón animal


La idea de homo œconomicus es un constructo teórico que fue desarrollado en el siglo XIX dentro del campo de la Economía política. El homo œconomicus hace referencia a un tipo de sujeto concebido como si se tratase de una unidad individual dotado de un tipo de racionalidad capaz de gestionar calculadamente el medio entorno en el que está inserto, eligiendo de qué manera actuar siempre en relación a la utilidad y beneficio que pueda otorgarle su acción en cada momento. El tipo de racionalidad puesta en marcha por este tipo de sujeto, y tal y como se defiende desde la teoría del homo œconomicus, es una racionalidad más cercana a lo que Aristóteles denominaba alma sensitiva que a una racionalidad propiamente humana, pues los sujetos económicos se guiarían más por la maximización de las satisfacciones a corto plazo –satisfacciones que remiten al modo de ser animal del hombre–. El hombres, al ser identificado con el homo œconomicus se desprende de su modo de ser estrictamente antropológico, de su estatuto de sujeto pues este estatuto es negado en favor de una racionalidad animalizada[1]. De esta manera, y sólo de esta manera, el individuo propio del neoliberalismo, concurre libremente al mercado, guiado por la necesidad y por el deseo de satisfacer sus necesidades, convertido en consumidor soberano y productor de lo mismo que consume, vida, maximizando mundanamente su utilidad a la vez que maximiza la ultilidad del mercado. En este viaje de dos direcciones, el hombre se convierte, al igual que los comportamientos del mercado, en un ser susceptible de someterse a cálculos, pues su racionalidad sensitiva y su conducta siguen unos principios –teóricamente– cuantificables, predecibles y producibles. El hombre, convertido en un ser que maximiza su satisfacción siguiendo la función de utilidad, es un elemento gestionable en su existencia, y calculable en su acción.

Por lo tanto, comprobamos que no es paradójico el hecho de relacionar la idea de un sujeto racional, tal y como es el homo œconomicus, con la realidad de un sujeto animalizado, al que identificamos con la materia descualificada. La forma en la que nosotros trazamos el desplazamiento entre la racionalidad económica y la cualidad informe de un sujeto producido propio del capitalismo neoliberal, y necesario para su recurrencia, tiene su base en la concepción foucaultiana del mercado como lugar de veridicción.


[1] Al identificar mercado y vida, el rasgo racional del hombre desaparece y se transforma en algo tan biológico como es el movimiento reiterado y constante que supone la satisfacción de las necesidades.