El neoliberalismo sitúa al mercado
en el vórtice mismo de la existencia, con ello se da una identificación de mercado
y vida. Dejando atrás su papel como lugar como jurisdicción, con el liberalismo
el mercado salta a ser un lugar de veridicción, y con el neoliberalismo se da
un paso más, pues el mercado es verdad. Verdad en el sentido de que el mercado
se concibe de una manera ontoteológica,
pues es la única substancia a la que se dota de existencia y, en una suerte de inmanentismo, siendo lo demás un simple modo
de ser de la misma, un efecto de superficie e incluso una ficción. Según esta
ontoteología neoliberal, se sitúa al mercado en el centro como si de un motor
permanentemente móvil se tratase, substancia única y deificada, nunca orientada
al acto. Como resultado, en la sociedad mercantilizada que es fruto del
capitalismo neoliberal, se da –en casi todos los aspectos– un primado de la
potencia sobre el acto, quedando éste reducido a ser un epifenómeno casi
ficticio. Siguiendo este planteamiento, si el sujeto propio del neoliberalismo
no es tal sujeto, sino que es el resultado de un proceso de fabricación de
subjetividad, los hombres sólo se pueden concebir como simples modos de ser del
mercado, como elementos derivados, sin entidad cuyo fin es reproducir la
dinámica del mismo –alimentar y consumir el mercado.
Muy lejos de ser un
espacio de venta, compra y distribución de productos, bienes y servicios, el
mercado se ha convertido en una substancia caracterizada, ya no sólo por ser en
sí, concebirse por sí y concebir al resto del mundo, pero además de ésto, está
dotado de una infinita versatilidad, de un constante movimiento. El mercado es
potencia pura –casi pura– en el que las subjetividades fabricadas deben
producir y reproducir este movimiento con el fin de adaptarse a sus
necesidades, siendo tan versátiles –tan poco sujetos– como se demande, pues los
hombres concurren en una sociedad mercantilizada como si fueran un bien o
servicio.
Si el mercado es la única
substancia posible, sujeto y libertad sólo pueden ser explicados por la
existencia del mercado. Por lo tanto, en el neoliberalismo, individuo y
libertad carecen de entidad propia, y el sujeto no sería más que la encarnación
en un cuerpo de ese modelo teórico, el homo œconomicus,
un sujeto
producido y pasivo, un mero cuerpo sin forma, en definitiva, algo muy distinto
a lo que un hombre es. Y otro tanto sucede con la libertad, privada de su
estatuto de condición y relegada a ser el reflejo de la conducta económica y de
las necesidades satisfechas. El homo œconomicus en nada se corresponde con el
sujeto, pues en un mundo donde todo es epifenoménico y derivado de esa gran
substancia que es el mercado, no pueden existir ni sujetos, ni mucho menos
libertad. En su lugar, lo único que se da es materia descualificada, privada de
toda forma, capaz de adoptar, según sea el caso, según las demandas del
mercado, la apariencia de consumidor o ciudadano.
... ¿?